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Blog de Leyendas e Historias del Camino de Santiago

Historias y leyendas

Santo Grial de O Cebreiro

Santo Grial de O Cebreiro

Es el Cáliz donde Jesucristo celebro la Ultima Cena y José de Arimatea recogió la sangre de Jesucristo, cuando el soldado Longinos le hirió con la lanza.

  Wagner en Parsifal, sitúa tan famosísimo templo en las montañas septentrionales de España, el templo indestructible seria el Santuario de O Cebreiro; y el misterioso Grial el Cáliz de O Cebreiro". Santo Milagro o Milagro del Santo Grial.

En O Cebreiro, primer pueblo de Galicia en el Camino a Santiago, se produjo el Santo Milagro también denominado Milagro Eucarístico de O Cebreiro y Milagro del Santo Grial Gallego. A principios del siglo XIV, un campesino de un pueblecito cercano, Barxamaior, subía todos lo días, a oír misa a O Cebreiro. Un día de gran nevada, celebraba la misa un monje y la Iglesia estaba vacía, de pronto entro un hombre en la iglesia y el cura murmuro:

  "¡Pobre home, vir con este tempo dende tan lonxe, e expoñéndose a morrer no camiño, só para prostrarse ante un pouco e pan e viño..." ("Pobre Hombre, venir con este tiempo de lejos, exponiéndose a morir por el camino, solo para arrodillarse ante un poco de pan y vino.")

 En ese momento, el cura, vio como la Hostia se transformaba en Carne y el Vino se transformaba en Sangre. El cura se desmayo y el hombre que estaba en la iglesia corrió a atenderlo, pero el cura estaba muerto.

 El Milagro fue conocido por los REYES CATÓLICOS, que en 1486 peregrinaron y conocieron el milagro y donaron el relicario que, junto con el cáliz, se expone, en caja fuerte, a la contemplación de los fieles que acuden a la Iglesia de Santa María. Los peregrinos alemanes divulgaron el milagro, y Wagner lo incluyo en su obra Parsifal.

Leyendas y Milagros de San Virila

Leyendas y Milagros de San Virila

Los milagros de San Virila 

0. La Leyenda de San Virila.

 Una tarde de primavera, en el siglo X, el Abad del monasterio de Leyre, llamado Virila, decidió dar un paseo por el magnífico bosque que rodea al monasterio. Fatigado tras la marcha, se sentó a descansar juntó a una fuente, y entonces escuchó el cantar de un pájaro. Era tan bello ese canto, que el abad quedó absorto y maravillado.

Cuando regresó al monasterio, se sorprendió de no reconocer a los monjes ni de que nadie supiese quién era. Al decir que era Virila, el abad, alguien quiso recordar algo oído de tiempo atrás. Buscaron en los archivos del monasterio, y hallaron que efectivamente, Virila había sido abad, pero hacía 300 años, y que había desaparecido en el bosque. Sólo entonces, Virila se dio cuenta que había permanecido todos esos años en éxtasis en la sierra.

Esta historia está parcialmente documentada. Es verdad que existió un abad llamado Virila, y también se puede acreditar el culto al santo desde hace muchos siglos. Hoy en día, el monasterio es muy visitado y aunque reconozco su belleza, yo prefiero el pequeño sendero que nos conduce hasta la fuente. 

1. Milagro del escéptico necio.

 El incrédulo le pidió a San Virila que hiciera algún milagro para poder creer. San Virila se resistía un poco: él no creía en los incrédulos. Pero tanto insistió el escéptico que el santo cedió al fin. Hizo un movimiento con su mano y la aldea entera se elevó por el aire hasta quedar flotando como una nube sobre el valle. Aquello, claro, fue un gran desbarajuste. Y no es de extrañar: los santos suelen causar grandes desbarajustes. La gente ya no salía de sus casas, temerosa de caer en el vacío: los huevos que ponían las gallinas rodaban por la calle y se perdían. En fin, un verdadero caos. 

¿Qué clase de milagro es éste? –clamaba el incrédulo con desesperación-. 

Es un milagro necio –le dijo San Virila-. Para un escéptico necio, un milagro necio. Ojalá te aproveche la lección: el milagro que uno pida sólo será milagro si no hace daño a nadie. 

2. Milagro de la piedra.

 San Virila salió de su convento muy temprano y tomó el camino de la aldea. El campo estaba lleno de flores; brillaba el sol; las muchachas lavaban sus largas cabelleras en el río. A lo lejos se oían los gritos y risas de los niños que iban a la escuela.
En eso se desprendió una enorme piedra de lo alto del monte. Iba a aplastar a una mujer que caminaba con su pequeño hijo, pero Virila hizo un movimiento de su mano y la gran roca se detuvo en el aire, y luego descendió muy lentamente hasta posarse en tierra sin hacer daño a nadie.

-¡Gracias, padre! -clamó la mujer-. ¡Qué gran milagro has hecho!

San Virila volvió la vista al valle; miró las flores, el sol y las muchachas; oyó otra vez las voces de los niños.

-El Señor hace milagros -dijo-. Yo nada más hago trucos.

¡Hasta mañana!...
 

3. Milagro de las 24 horas. 

San Virila salió de su convento muy temprano y echó a andar por el camino que conducía a la aldea. Apenas empezaba a amanecer: la primera luz del alba iluminaba con tenue resplandor el lejano perfil de la montaña.

Al acercarse al pueblo alcanzó a un hombre. Este lo reconoció y le pidió un milagro. Todos le pedían un milagro a San Virila.
-¿Cuántas horas va a tener este día? -le preguntó el santo-.
 Respondió el hombre:  

-Tendrá 24 horas, como todos.  

-Ahí tienes 24 milagros -le dijo entonces San Virila apresurando el paso-. No los desperdicies.
 

El hombre, que no era tonto, supo que el santo le había dicho la verdad. Se entristeció por todos los milagros que había desperdiciado a lo largo de su vida, pero se alegró también por los milagros que aún tenía frente a sí. 

4. Milagro de las aguas del río 

-  Como los habitantes de Marburgo se negaban a creer, San Virila hizo un milagro: alzó su mano y las aguas del río comenzaron a fluir hacia arriba. Entonces los habitantes de Marburgo se convirtieron a la religión. Días después, Virila visitó la impía ciudad de Glazinger, cuyos pobladores se revolcaban en el fango de la depravación. Largos días les predicó, para iluminar las caliginosas tinieblas de sus almas con la luz salvadora de la fe. Pero ellos lo oían como quien oye no llover. Desesperado, San Virila hizo un ademán y el sol detuvo su curso en las alturas. Viendo aquel prodigio los pecadores cayeron de rodillas y a grito abierto imploraron el bautismo de la salvación. 

-Grandes milagros haces, maestro bueno -decían a San Virila sus discípulos-.

Pero él les respondía con tristeza: 

-Jamás podré hacer el milagro mayor: que los hombres crean en Dios sin necesidad de ver milagros. 

5. Milagro de los pantalones 

El incrédulo le pidió a San Virila algún milagro para poder creer. 

San Virila hizo un movimiento con su mano y al incrédulo se le cayeron los pantalones. Toda la gente se rió de él.

 

-Ese no es un milagro -dijo mohíno el hombre al tiempo que se levantaba los pantalones.

 

-¿Ah no? -sonrió el santo-. ¿Qué es un milagro?

 

Contestó el hombre, atufado:

 

-Milagro es, por ejemplo, mover una montaña.

 

Le replicó Virila:

 -No hay diferencia alguna entre mover milagrosamente una montaña y mover milagrosamente un pantalón. Milagros son milagros. Si no quieres de unos no pidas de otros. 

6. Milagro de las cinco misas. 

Aquella mañana San Virila dio de comer a un perrillo vagabundo que llegó a las puertas del convento. Luego visitó a un hombre enfermo. En seguida escuchó a una pobre anciana solitaria que no tenía a nadie con quien hablar. Después consoló a una niñita que lloraba. Por último se puso a ver desde la ventana de su celda la hermosura del paisaje. Lo interrumpió el hermano Ambrosio. -Padre -le dijo-, me manda el superior a preguntar a Vuestra Reverencia si ya dijo su misa. -Sí, -contestó sonriendo suavemente San Virila-. Comunícale que ya dije cinco misas. 

7. Milagro de la niña en el camino 

Camino de su convento iba San Virila. El día era de los más crudos del invierno; soplaba un viento frío y parecía el cielo una sólida plancha de congelado plomo.  Temblaba San Virila al caminar, envuelto sólo en la delgada tela de su hábito de monje. En eso vio a una niña que iba también por el camino. Sus pies descalzos se hundían en la nieve. Hizo San Virila un ademán y del cielo bajó un rayito de sol que cubrió a la pequeña y le dio su luz y su calor. Conforme la niña iba avanzando aquel rayo de sol derretía la nieve y ponía en el camino un mullido césped como alfombra para los pies de la niñita.  Vieron aquel milagro lo aldeanos y preguntaron con asombro a San Virila:  

-¿Por qué no traes otro rayo de sol para ti, y otro para cada uno de nosotros?  

Y respondió Virila:  

-Un milagro, si se repite mucho, deja de ser milagro 

8. Milagro de la catedral 

San Virila dijo a los incrédulos que en el centro del pueblo levantaría una catedral.

 

Se rieron los infieles. ¿Dónde estaban los albañiles? ¿Dónde la piedra y la madera? ¿Dónde los planos de los arquitectos?

 

San Virila se arrodilló y se puso en oración para pedir a Dios el milagro de una catedral.

 

De pronto se abrió la bóveda celeste y descendió a la tierra una miríada de ángeles: ángeles albañiles. ángeles carpinteros, ángeles escultores, ángeles vidrieros. Traían consigo grandes piedras, y vigas, y hermosas láminas de cristal, versicolores y brillantes.

 

Y comenzaron a trabajar los ángeles, y en unos minutos plantaron los cimientos, y las paredes del majestuoso templo comenzaron a surgir.

 

Pero en eso llegó una caterva de funcionarios que atosigaron a San Virila con preguntas. ¿Tenía permiso para la construcción? ¿Los planos fueron aprobados? ¿Pertenecían los ángeles al sindicato? ¿Estaban asegurados? ¿Se habían pagado los impuestos, cuotas, derechos, alcabalas, aprovechamientos, arbitrios, gravámenes, tributos, cargas, gabelas, censos y contribuciones?

 

No se hizo la catedral, naturalmente. Quedaron abandonados los cimientos y en ruinas las paredes. Después los infieles se burlaban de San Virila.

 

-¿Lo ves? -le decían- No existen los milagros.

 9. Milagro del incrédulo 

El incrédulo le pidió a San Virila que hiciera un milagro para poder creer.

 

-¿Qué clase de milagro quieres? -le preguntó el santo.

 

-El que sea -respondió con desafiante voz el hombre-. Basta que sea un milagro.

 

San Virila hizo un ademán y el escéptico quedó convertido en mosca. Rió la gente, y San Virila se sonrió también viendo a la mosca que revolaba en torno suyo. Entonces hizo otro ademán y el hombre volvió a su ser normal.

 

-Una cosa has aprendido -le dijo San Virila-. Antes de pedir un milagro debemos pensar muy bien el milagro que vamos a pedir.

 

El hombre cambió. No se volvió creyente, pero sí se hizo un poco menos tonto. Y eso, tratándose de cualquiera, es un milagro.

 10. Milagro de escuchar. 

Los aldeanos se conmovieron al ver aquel prodigio: en medio del campo, de pie sobre una roca, estaba predicando San Virila. Lo escuchaba una devota congregación de bestezuelas: ciervos del bosque, conejos y ardillas de los prados, aves que suspendieron su vuelo para oírlo, peces que sacaban del río sus cabezas doradas y plateadas, como en una pintura de Giotto.

 

-¡Milagro! -prorrumpió la muchedumbre.

 

Los hombres y las mujeres de la aldea se reunieron en torno de Virila, y escucharon en silencio su predicación.

 

Bajó la vista el santo, y miró a la gente que lo oía con atención igual a la que ponían las criaturas animales. Al ver eso San Virila gritó también:

 

-¡Milagro!

 11. Milagro del gatito 

Iba San Virila por una calle de la aldea cuando vio a un gatito sin dueño que tiritaba de frío entre la nieve. Se conmovió el santo con el sufrimiento de aquella bestezuela. Dijo en silencio una oración y del cielo bajó un rayito de sol que calentó al minino.

 

Continuó su camino San Virila. El también tiritaba: sus hábitos de pobre no le daban calor ni lo cubrían. Le preguntó una anciana:

 

-¿Por qué no haces el milagro de que otro rayo de sol baje para ti?

 

Respondió San Virila:

 

-Cuando el milagro lo haces para ti ya no es milagro.

 

Entendió la mujer: el milagro más grande que hay es el amor sin egoísmo.

 12. Milagro del loco  

San Virila iba por las calles del pueblo.

 

En el pueblo las gentes se persignaban al pasar frente a la iglesia.

 

San Virila no.

 

San Virila se persignaba al pasar frente a la casa de la viuda que sufría de soledad y de pobreza. San Virila se persignaba ante el mendigo astroso y desgarrado que pedía limosna en una esquina. San Virila se persignaba cuando pasaba el niño del que los otros se burlaban porque no tenía papá.

 

Y las gentes se sonreían viendo que San Virila no se persignaba al pasar frente a la iglesia, y que se persignaba ante los hombres y ante el cielo.

 

Y decían las gentes:

 

-Está loco.

 13. Milagro del escepticismo 

En tono desafiante le dijo a San Virila aquel incrédulo:

 

-A ver: hazme un milagro.

 

La gente de la aldea aguardó llena de expectación. Alzó una mano San Virila y descendió de lo alto una hermosa paloma blanca que revoleó sobre el incrédulo un instante y luego le dejó caer una caca en la cabeza. Con grandes risotadas se burlaron los aldeanos del descreído, y éste se fue mohíno y atufado.

 

Tomó San Virila el camino que llevaba a su convento. Cuando estuvo lejos del pueblo se detuvo, levantó al cielo la mirada y dijo:

 

-¡Lo que tenemos que hacer, Señor, para combatir el escepticismo de los hombres!

 14. Milagro de los novicios 

San Virila se sentó en su lugar, el último en la gran mesa del refectorio conventual.

 

Habían llegado seis novicios nuevos. Todos habían oído hablar de los milagros que hacía San Virila.

 

-Padre -se atrevió a decir uno-. Háganos usted un milagro.

 

Respondió con una sonrisa San Virila:

 

-Después de la comida hablaremos de milagros.

 

Se sirvió la humilde pitanza del convento: la sopa de lentejas; el potaje de habas; el blanco pan y el queso; el vaso de agua clara.

 

Al terminar de comer se persignó San Virila, dio gracias a Dios y se levantó para seguir sus trabajos en el huerto.

 

-Padre -le preguntó el novicio-. ¿Y el milagro que nos iba a hacer?

 

-El milagro nos lo acabamos de comer -sonrió otra vez San Virila-. El pan de cada día es un milagro.

 15. Milagro del albañil 

Pasaba San Virila junto a la catedral en construcción cuando uno de los albañiles perdió pisada en lo alto y se precipitó al vacío. El santo oyó su grito, hizo un ademán, y el hombre vino al suelo con suavidad, oscilando como una pluma de ave, y llegó abajo sano y salvo.

 

Miró un incrédulo el prodigio y comentó con burla:

 

-Eso no es un milagro: eso es un truco.

 

-También lo hago al revés -le dijo San Virila. Hizo otro ademán y el hombre salió disparado hacia el cielo como un cohete, y se perdió en las nubes.

 

-No se inquieten -tranquilizó Virila a los asustados aldeanos-. Esperaré su regreso y lo haré descender como una pluma, igual que al otro. Entonces ya no le importará saber si lo que hago es un truco o es un milagro.

 16. Milagro de las criaturas. 

En la plaza del pueblo un incrédulo detuvo a San Virila y le pidió un milagro.

 

Andaba de buen humor el santo, y cuando los santos andan de buen humor es cuando hacen más milagros. Así, levantó la mano, y la plaza se llenó de pájaros canoros, de mariposas coloridas, de miríadas de insectos voladores. Trinaban los pájaros, danzaban las mariposas en el aire y zumbaban los insectos en perfecto contrapunto.

 

-¡Milagro! -gritó el incrédulo junto con todos los aldeanos.

 

Y dijo San Virila:

 

-Cada criaturita de éstas es un gran milagro. Milagro es el gorrión, milagro la mariposa, milagros la abeja y la chicharra. Lo único que hice fue juntarlos para que ustedes, ciegos a los milagros de cada día, los pudieran ver. Ahora regresaré al convento y rezaré a fin de que el Señor me haga el milagro de abrirles los ojos, para que puedan ver que todo en la vida es un milagro, que toda vida es un milagro.

 17. Milagro de la flor montesa 

San Virila salió de su convento esa mañana. Iba sonriendo: acababa de rezar los maitines de Nuestra Señora -era día de la Asunción-, y las oraciones marianas siempre le dejaban el alma anegada en alegría.

 

Al ir por el camino vio una flor. Era una humilde flor montesa, pero semejaba un joyel: tenía una gota de rocío en la corola, y al sol la gota se irisaba igual que el brillo de un diamante. El primer impulso de San Virila fue cortarla para ofrecerla a la Virgen en su altar, pero pensó que la pequeña flor se veía mejor así, en el campo, viva y abierta a la luz del sol de Dios.

 

Cuando volvió en la tarde a su convento San Virila se sorprendió al ver el monte lleno de flores, igual que un cielo cuajado de estrellas de colores. La pequeñita flor se había vuelto mil; el monte todo era un florido altar. Abrió los brazos el buen monje y alabó a la Virgen, y fue su propio corazón como una flor abierta en el crepúsculo a la luz del sol de Dios.

 18. Milagro de la piedra y el pájaro 

San Virila no podía convencer a los incrédulos. Le dijeron:

 

-Haz un milagro y creeremos.

 

Se alejó el santo con tristeza: aquellos hombres no querían fe, querían circo. Entonces uno de la turba tomó una piedra y se la arrojó. Le iba a pegar en la cabeza, pero poco antes de llegar la piedra se convirtió en un pájaro que se posó en el hombro del buen fraile. San Virila lo tomó en su mano, le acarició las plumas de la cabecita y lo puso después sobre la tierra. Ahí el pájaro fue piedra otra vez.

 -Es un milagro el pájaro y es un milagro la piedra -les dijo San Virila a los incrédulos-. Toda criatura del mundo y toda cosa son fruto de un gran milagro que cada día se renueva. Los que quieren ver más prodigios a más de ése son ciegos que nada pueden ver.  

19. Milagro de las tinieblas de la noche 

Los incrédulos le pidieron a San Virila un milagro para poder creer. El santo hizo un movimiento con su mano y las tinieblas de la noche apagaron el esplendor del día.

 

Los escépticos cayeron de rodillas y le pidieron entre lágrimas que les volviera otra vez la luz del sol.

 

Hizo él un segundo movimiento, y de nuevo brilló la claridad.

 

-Estos que ustedes llaman milagros -dijo a la multitud- son cosas que vemos cotidianamente. A la luz del día suceden las sombras de la noche. Todo lo que sucede en torno nuestro es un milagro que ni siquiera vemos. El mayor milagro sería que aprendiéramos a ver los milagros que nos rodean.

 

Se volvió San Virila a su convento. Iba muy triste, pues todos los que habían creído cuando llegaron las tinieblas dejaron de creer cuando otra vez vieron la luz.

 20. Milagro pequeñito 

Los incrédulos le pidieron a San Virila que hiciera algún milagro para poder creer.

 

-¿Qué clase de milagro quieren? -les preguntó Virila.

 

-Uno muy grande -respondieron ellos.

 

-Todos los milagros son grandes -les dijo San Virila-, aun los más pequeños. Haré, entonces, un gran milagro pequeño.

 

Tomó un poco de barro en su mano, le dio la forma de un gusanito y luego sopló sobre él. Cobró vida el barro, y trepó el gusanito por el brazo de San Virila para esconderse bajo la manga de su hábito.

 

-Demasiado pequeño es el milagro -habló, burlón, uno de los escépticos-. Nuestra fe, por lo tanto, será también pequeña.

 

San Virila le contestó:

 

-La fe no es del tamaño del milagro. La fe es del tamaño del corazón de quien la tiene. Y cuando la fe se lleva en el corazón ni siquiera necesita de milagros.

 

Leyenda de Eunate-Olcoz

Leyenda de Eunate-Olcoz  

Leyenda de Eunate-Olcoz 

Narrada por un maestro cantero.

Habiéndome sido encargada la talla del pórtico de Santa María de Eunate, me sentía pletórico y halagado. Decidí recluirme para sentir la inspiración divina y así poder realizar una obra maestra, pero al volver, hallé que un gigante cantero dotado de poderes sobrenaturales, que ya había concluido el trabajo que me había sido encomendado.

Indignado, me dirigí al Abad, quien haciendo caso omiso a mis explicaciones, me dio a entender que mi ausencia había sido considerada como una falta de respeto hacia los monjes y hacia él mismo. Como castigo, me mandó esculpir una obra pareja, que debería finalizar en el mismo plazo empleado por el gigante cantero: ni más ni menos que tres días.


Desesperado ante la magnitud de la encomienda, me adentré en el bosque decidido a invocar al diablo. Sin embargo, fue la bruja Laminak quien, compadeciéndose de mí, me confió el secreto mágico que resolvería mi problema.

Siguiendo sus consejos, me hice con la piedra de Luna que una gran serpiente guardaba en su boca, pues me informó que la depositaría en la orilla del río la noche de San Juan.

Con la luz de la luna reflejada en la piedra, el cáliz y el agua del Nequeas, ví sorprendido como se obraba el milagro. No obstante, algo falló y la portada surgió invertida, como reflejada en un espejo. El pueblo quedó maravillado y el gigante cantero, invadido por la ira, pegó tal patada a mi obra, que ésta fue a parar a una población cercana.

Quienes no puedan resistir su curiosidad, deben saber que pueden admirar hoy mi obra en la iglesia de Olcoz, y la misma portada pero opuesta, en la iglesia de Santa María de Eunate.

Historia de Roldan y Ferragut

Historia de Roldan y Ferragut

   Historia de Roldan y Ferragut

  Una de las leyendas carolingias más extendidas por el Camino de Santiago narra el combate entre el caballero Roldán, sobrino de Carlomagno y el Gigante Ferragut.

  Cerca de Nájera, tras pasar el alto de San Antón y junto al Camino, existe un cerro conocido como Poyo Roldán, donde se sitúa uno de los legendarios escenarios de aquel singular combate.

 Cuenta la leyenda que se le anunció a Carlomagno que en Nájera había un gigante del linaje de Goliath, llamado Ferragut, que había venido de las tierras de Siria, enviado con veinte mil turcos por el emir de Babilonia para combatirle. El no temía las lanzas ni la saetas, y poseía la fuerza de cuarenta forzudos. Por lo cual acudió Carlomagno a Nájera en seguida. Apenas supo Ferragut su llegada, salió de la ciudad y los retó a singular combate, es decir un caballero contra otro.

 Entonces le fue enviado por Carlomagno en primer lugar el dacio Ogier, a quien el gigante, en cuanto lo vio solo en el campo, se acercó pausadamente y con su brazo derecho lo cogió con todas sus armas, y a la vista de todos lo llevó ligeramente a la ciudad, como si fuera una mansa oveja.

 Este gigante medía casi doce codos de estatura, su cara tenía casi un codo de largo, su nariz un palmo, sus brazos y piernas cuatro codos, y los dedos tres palmos.

 Luego Carlomagno mandó a combatirle a Reinaldos de Montalbán, y en seguida con un solo brazo se lo llevó a la cárcel de su ciudad. Después se envió al rey de Roma Constantino y al conde Hoel, y a los dos al mismo tiempo, uno a la derecha y otro a la izquierda, los metió a la cárcel. Por último se enviaron veinte luchadores, de dos en dos, e igualmente los encarceló.

 Visto esto y en medio de la general expectación, no se atrevió Carlomagno a mandar a nadie para luchar con él. Sin embargo Rolando, apenas consiguió permiso del rey, se acercó al gigante, dispuesto a combatirle. Pero entonces el gigante lo cogió con sólo su mano derecha y lo colocó delante de él sobre su caballo. Y al llevarlo hacia la ciudad, Rolando, recobradas sus fuerzas y confiando en el Señor, lo cogió por la barba y en seguida lo echó hacia atrás sobre el caballo, y los dos al mismo tiempo cayeron derribados al suelo. E igualmente ambos se levantaron de tierra inmediatamente y montaron en sus caballos. Entonces Rolando con su espada desenvainada, pensando matar al gigante, partió por mitad de un solo tajo a su caballo. Y como Ferragut quedase desmontado y le lanzase grandes amenazas mientras blandía en su mano la desenvainada espada, Rolando, con la suya, golpeó al gigante en el brazo con que la manejaba y no lo hirió, pero le arrancó la espada de la mano. Entonces Ferragut, perdida la espada, creyendo pegarle a Rolando con el puño cerrado, golpeó en la frente a su caballo, y el animal murió al instante. Finalmente a pie y sin espadas lucharon con los puños y con piedras hasta las tres de la tarde.

 Al atardecer, Ferragut consiguió treguas de Rolando hasta el día siguiente. Entonces concertaron que al otro día acudirían los dos al combate sin caballos ni lanzas. Y acordada la lucha por ambas partes, cada uno regresó a su propio albergue. Al amanecer del día siguiente llegaron a pie, cada uno por su parte, al campo de batalla, como se había acordado. Ferragut llevó consigo la espada, pero de nada le valió, pues Rolando se había llevado un bastón largo y retorcido con el que le estuvo pegando todo el día y sin embargo no le hirió. Hasta el mediodía y sin que a veces se defendiese le golpeó también con grandes y redondas piedras que abundantemente había en el campo, y no pudo herirle en modo alguno. Entonces conseguidas treguas de Rolando, vencido del sueño comenzó a dormir Ferragut. Y Rolando, como cumplido caballero que era, puso una piedra bajo su cabeza para que durmiese más a gusto. Ningún cristiano, pues, ni aun el mismo Rolando, se atrevía a matarlo entonces, porque se hallaba establecido entre ellos que si un cristiano concedía treguas a un sarraceno, o un sarraceno a un cristiano, nadie le haría daño. Y si alguien rompía deslealmente la tregua concedida, era muerto en seguida. Ferragut, pues, cuando hubo dormido bastante, se despertó, y Rolando se sentó a su lado y comenzó a preguntarle cómo era tan fuerte y robusto que no temía espadas, piedras ni bastones.

 -Porque tan sólo por el ombligo puedo ser herido, contestó el gigante.

 Hablaba él en español, lengua que Rolando entendía bastante bien. Entonces el gigante comenzó a mirar a Rolando y a preguntarle así: --Y tú, cómo te llamas? --Rolando, contestó este.

 -De qué linaje eres que tan esforzadamente me combates?, preguntó.

 Y Rolando dijo: Soy oriundo del linaje de los francos.

 Y Ferragut instistió: De qué religión son los francos?

 Y respondió Rolando: Cristianos somos, por la gracia de Dios, y a las órdenes de Cristo estamos, por cuya fe combatimos con todas nuestras fuerzas.

 Entonces, al oir el nombre de Cristo, dijo el pagano: Quién es ese Cristo en quien crees?

 Y Rolando explamó: El Hijo de Dios Padre, que nació de virgen, padeció en la cruz, fue sepultado, de los infiernos resucitó al tercer día y volvió a la derecha de Dios Padre en el cielo.

 [Sigue una larga y digresiva discusión de los puntos centrales de la doctrina cristiana, en la que Rolando habla con toda la autoridad de un clérico y el pagano Ferragut se muestra del todo ignorante de la fe cristiana; por muy fuerte que fuera, le confunden las sutilezas del dogma. Se debaten, entre otros puntos, cómo Dios puede ser tres y todavía uno; cómo una virgen pudo concebir; cómo Cristo, siendo Dios, pudo morir, y cómo, estando muerto, pudo resucitarse (reacción de Ferragut: «Rolando, por qué me dices tanta tontería? Es imposible que un hombre muerto vuelva de nuevo a la vida»); cómo Cristo pudo haber ascendido al Cielo (respuesta de Roldán: Ves la rueda del molino: cuanto desciende de las alturas a lo profundo otro tanto asciende desde lo hondo a lo alto. [...] Tú mismo, si acaso bajaste de un monte, bien puedes volver de nuevo al sitio de que descendiste.) De modo que lo que había comenzado como una lucha entre los franceses y un gigante llega ahora a ser una prueba doctrinal:]

 -Entonces, concluyó Ferragut, lucharé contigo, a condición de que si es verdadera esa fe que sostienes, sea yo vencido, y si es falsa, lo seas tú. Y el pueblo del vencido se llene eternamente de oprobio, y el del vencedor en cambio de honor y gloria eternos.

 -Sea, asintió Rolando.

 Y así se reemprendió el combate con mayor vigor por ambas partes, y en seguidaRolando atacó al pagano. Entonces, roto el bastón de Rolando, se lanzó contra él el gigante y cogiéndolo ligeramente lo derribó alsuelo debajo de sí. Inmediatamente conoció Rolando que ya no podía de ningún modo evadirse de aquél, y empezó a invocar en su auxilio al Hijo de la Santísima Virgen María y, gracias a Dios, se irguió un poco y se revolvió bajo el gigante, y echó mano a su puñal, se lo clavó en el ombligo y escapó de él.

 Entonces el gigante comenzó a invocar a su dios con voz estentórea, diciendo: Mahoma, Mahoma, dios mío, socórreme que ya muero. Y en seguida, acudiendo los sarracenos a estas voces, le cogieron y llevaron en brazos hacia la ciudad. Rolando, empero, ya había vuelto incólume a los suyos. Entonces los cristianos, junto con los sarracenos que llevaban a Ferragut, entraron en brioso ataque en la ciudadela que estaba sobre el poblado. Y de esta manera murió el gigante, se tomó la ciudad y el castillo, y se sacó de la prisión a los luchadores..

 En el año 778 muere en Roncesvalles el conde de la Marca de Bretaña tras un ataque a la retaguardia del ejército de Carlomagno cuando regresaba de una campaña en la Península Ibérica. El cantar de Roldán, el más antiguo de los cantares de gesta franceses, convirtió a Roldán en modelo de caballero cristiano en cruzada contra los infieles.

 El cantar de Roldán cuenta como el héroe cae en una emboscada que han acordado Ganelón, su envidioso padrastro, y el rey sarraceno Marsilis. La desigual ycruenta batalla se decide del lado musulmán, muriendo caballeros como Oliveros yTurpín. Roldán decide tocar su cuerno Olifante en busca de ayuda y, agonizante, intenta romper en vano su espada Durandal para que no caiga en manos del enemigo. Cuando llega Carlomagno es demasiado tarde. En represalia, el rey franco vencería a los sarracenos en Baligant, y tras regresar a Aix, mandaría ajusticiar al traidor Ganelón

 La tradición se encarga de que la leyenda de Roldán perdure y se agrande en los nuevos reinos cristianos peninsulares, favorecida por el interés de los reyes en mantener viva la cruzada contra el infiel.

Historia del Gallo y la Gallina de Santo Domingo

Historia del Gallo y la Gallina de Santo Domingo

Historia del Gallo y la Gallina de Santo Domingo

Cuenta la tradición que entre los muchos peregrinos compostelanos que hacen alto en esta ciudad para venerar las reliquias de Santo Domingo de la Calzada, llegó aquí un matrimonio alemán con su hijo de dieciocho años llamado Hugonell, procedente de Ad Sanctos (Xanten en la diócesis de Münster, pero hasta 1821 del Arzobispado de Colonia). 

La chica del mesón donde se hospedaron se enamoró del joven Hugonell, pero ante la indiferencia del muchacho, decidió vengarse. Metió una copa de plata en el equipaje del joven y cuando los peregrinos siguieron su camino, la muchacha denuncio el robo al Corregidor. 

Las leyes de entonces (Fuero de Alfonso X el Sabio) castigaban con pena de muerte el delito de hurto y una vez fue prendido y juzgado, el inocente peregrino fue ahorcado. 

Al salir sus padres camino de Santiago de Compostela, fueron a ver a su hijo ahorcado y, cuando llegaron al lugar donde se encontraba, escucharon la voz del hijo que les anunciaba que Santo Domingo de la Calzada le había conservado la vida.

Fueron inmediatamente a casa del Corregidor de la Ciudad y le contaron el prodigio.  Incrédulo el Corregidor contestó que su hijo estaba tan vivo como el gallo y la gallina que él se disponía a comer. 

En ese preciso instante el gallo y la gallina saltando del plato se pusieron a cantar. Y desde entonces se dicen los famosos versos: 
                                              SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
                                 DONDE CANTO LA GALLINA DESPUÉS DE ASADA

 En recuerdo de este suceso se mantienen en la Catedral un gallo y una gallina vivos durante todo el año. Siempre son de color blanco y proceden de donaciones de devotos del Santo, cambiándose las parejas cada mes. El resto del tiempo permanecen en un gallinero que la Cofradía de Santo Domingo mantiene en su domicilio social.  

Frente a esta hornacina que se construyó hacia 1445 y debajo de una ventana románica se conserva un trozo de la madera de la horca del peregrino. 

En el Archivo de la Catedral se conserva un documento de 1350 con indulgencias que 180 Obispos conceden " a la Catedral de La Calzada, donde hay un gallo y una gallina blancos, a quienes devotamente giren en torno al sepulcro del Santo, recitando el Padrenuestro, Avemaría y Gloria".

Historia del milagro

 La primera parte de esta leyenda, la historia del peregrino ahorcado, se cuenta en muchísimas colecciones medievales de milagros, atribuyéndose el milagroso sostenimiento del romero al mismo Santo Domingo, a Santiago, o a Santa María.  

El milagro suele situarse en la ciudad francesa de Tolosa; la nacionalidad de la familia varía entre alemana y francesa; pero el milagro siempre es el mismo. Se puede comparar, por ejemplo, las versiones manejadas en los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo (milagro número 6), Cantiga de Santa María número 175 de Alfonso X, el sabio, y el Codex Calixtinus. La segunda parte, el prodigio del gallo y la gallina, pretende apoyar la verdad del primer milagro, y es propia de Santo Domingo de la Calzada.  

Entrando a la iglesia del pueblo, el peregrino medieval podía ver una caja de hierro que encerraba un gallo y una gallina, descendientes, se afirmaba, de las aves asadas que cantaron. Los peregrinos recogían las plumas caídas de las aves sagradas, o se las pedían al sacristán, y las exhibían, orgullosos, en sus sombreros.  

Se decía, además, que si las aves comían las migajas de pan que los romeros les subían en las puntas de sus bastones, era una señal cierta de que llegarían salvos a Compostela. Hasta hoy en día los cantos del gallo en la iglesia se considera signo de buen augurio.  

El peregrino Hermann Künig en el siglo XV afirma haber visto el cuarto donde las aves echaron a cantar y el horno donde fueron asadas.  

Otros documentos de peregrinos recuerdan que la camisa del peregrino ahorcado se conservaba en la iglesia y que la horca misma estaba puesta en lo alto de una de sus paredes.  

Estos artefactos se han perdido, pero el famoso Gallinero de Santo Domingo de la Calzada, sin duda la más curiosa decoración de jamás ha ostentado iglesia del mundo, con su marco gótico tardío y sus rejas doradas, sigue alojando a un gallo y una gallina blancos, descendientes de aquellas aves que cantaron después de asados.

San Guillermo de Arnotegui

San Guillermo de Arnotegui

             Historia de San Guillermo de Arnotegui

       Entre brumas de historia y leyenda, sabemos que Felicia era hija de los duques de Aquitania. Un buen día -al final del primer milenio de la era cristiana- se fue en peregrinación hasta la tumba del Apóstol Santiago en Galicia. Allí, en Compostela, ganada por el fervor de los romeros, decidió continuar su vida en el silencio, escapando de la corte, de su alcurnia y riquezas, en humilde servicio a Dios.

      En el viaje de regreso, a su paso por el tramo jacobeo navarro, decidió quedarse para siempre en Amocain, nucleo hoy despoblado, próximo a Aoiz, donde disimuló su condición, escondió su rango y vivió tranquila. 

      Cuando los que le acompañaban llegaron a Aquitania y refirieron lo sucedido, su hermano Guillermo, valentón y pendenciero fue a buscarla a su retiro. 

      Se encontraron. Guillermo le recordó el honor de su estirpe, los sueños que sobre ella habían trenzado sus padres, su concertado matrimonio. Felicia se negó a seguirle. Discutieron y el caballero, en un arrebato de ira, acabó con su vida. 

     Enseguida se sintió dominado por terribles remordimientos, que le impulsaron a peregrinar, también, hasta Compostela, en busca de absolución. La obtuvo, pero le fue impuesta como penitencia pasar el resto de su vida entregado a la oración, como ermitaño. 

    Así lo hizo, eligiendo la zona de Arnotegui, perteneciente a Obanos. Allí lloró su crimen y, al borde del Camino, consoló peregrinos, socorrió pobres y mereció la santidad. 

   Las reliquias de Santa Felicia se conservan en Labiano, dentro del templo de San Pablo. Según la leyenda, aunque murió en Amocain y allí fue enterrada, su sepultura floreció milagrosamente y un día su ataúd apareció en medio del campo. Se decidió entonces, como otras veces en la Edad Media, colocar los restos de la santa sobre una mula y sepultarlos en el lugar donde ésta se detuviese. El animal anduvo y anduvo, deteniéndose al fin, exhausto, a unos 19 kilómetros, en Labiano, en el lugar que hoy ocupa el santuario de Santa Felicia. Por su parte, las reliquias de San Guillermo se veneran en la ermita de Arnotegi –en el tramo aragonés del Camino, ya cerca de Obanos y Puente la Reina-, a poco mas de 25 kilómetros de donde descansan los restos de su hermana.